La polémica
generada por la inclusión del delantero argentino de origen chileno, Mauro Zárate,
en las futuras nóminas realizadas por el seleccionador Jorge Sampaoli, con
miras a la próxima Copa América 2015, reabrió la larga polémica que se ha dado
dentro del medio deportivo en cuanto a la inclusión de jugadores con doble
nacionalidad, o bien que han obtenido ésta solo para poder ser convocados a una
selección diferente a la de su país de origen. La pregunta que se origina,
entonces, es si es éticamente aceptable que ello suceda. ¿Puede un jugador
escoger a qué selección representar, o simplemente debiese defender los colores
que lo vieron nacer?
En Chile
los casos no son pocos. Hace pocos meses vimos como el lateral nacido en
Suecia, Miiko Albornoz, vistió los colores de “la Roja” en
el mundial recientemente disputado en Brasil. El veredicto popular no tardó en
hacerse oír –tal como en el reciente caso de Rodríguez- al señalar lo impropio
que le parecía el que estos jóvenes tomaran esta clase de decisiones,
argumentando que detrás de ella había solo un afán de mayor figuración a nivel
profesional y no un verdadero “amor a la bandera”. El
chovinismo nuevamente salía por los poros de los furibundos “chilenos de
corazón”. Probablemente esos mismos que demuestran toda su sensibilidad nacionalista
destrozando todo a su paso cuando la selección triunfa o que respetan a su
patria denigrando a todos esos extranjeros que llegan a Chile en búsqueda de un
mejor futuro.
Si me
encontrase con alguno de estos compatriotas, más allá de los ínfimos 140
caracteres que nos entrega Twitter para intercambiar opiniones –y que, seamos honestos, no le alcanzarían ni a un telegrafista
avezado para exponer su sentir de un modo apropiado- me gustaría preguntarle si
alguna vez han pensado cuáles son las verdaderas razones tras el éxodo masivo
de chilenos hacia el extranjero, a partir de la década de los 80. ¿No
encuentran una respuesta apropiada? Seamos claros: hay muchas. Las crisis
económicas, la falta de oportunidades y la entrega masiva
de lo que, coloquialmente, se conoce como las “becas Pinochet”. ¿Le suena el
eufemismo? a muchos nacionales que no estaban, por cierto, de acuerdo con la
llegada del dictador al poder, generó un éxodo masivo de compatriotas hacia el
extranjero. No ver estos hechos es padecer no solo de una ignorancia supina,
sino que también de una falta de empatía total. ¿O es que acaso Miiko
y Mauro no son tan chilenos como quienes nacimos dentro
del territorio nacional?
Señora,
señor, permítame señalarles algo. Probablemente estos jóvenes, al igual que
muchos otros, nacieron fuera de nuestras fronteras. Pero no me cabe duda que
pasaron su infancia soñando con conocer el terruño de sus progenitores; con
poder ver en vivo al equipo de sus amores, con sentirse con el mismo derecho de
llegar a Chile y mirar sus paisajes con los mismos ojos
que sus padres los vieron, antes de decidir partir, obligados o no, a soñar con
un futuro mejor. Ni Albornoz ni Zárate deberían “pagar el pato” por las
decisiones de otros. Y, sí, quizás ninguno de ellos
entienda muy bien lo que esa expresión significa, pero ¿qué es la nacionalidad,
a fin de cuentas, más que una bandera de lucha que los poderosos enarbolan
contra el pueblo? “Si ellos son la Patria, yo soy extranjero”, cantaba Charly
García hace varios años atrás y hoy, en pleno siglo XXI,
la frase no deja de ser contingente. Esperemos que para Miiko
y Mauro deje, alguna vez, de serlo.